miércoles, 12 de abril de 2017

Otro post dedicado a mi cuaderno

Siempre llevo una libreta, cuaderno, lápiz o bolígrafo. 

Recientemente le comentaba a mi esposo sobre varias cosas en las que estoy trabajando, le mostraba mis cálculos, escritos y formas que tengo en mi cuaderno. En ese mismo momento la conversación se trasladó a mi pasión capitalista, cuánto vale mi cuaderno.

Porque, aunque cada anotación solo valga para mí y solo yo la pueda ejecutar, mi cuaderno vale oro, por eso siempre me acompaña. Cada día se va llenando de ideas, catarsis y proyectos que el tiempo va dando formas, aunque no se trasladen a otros formatos. Porque, en el metro no llevo mi celular, tablet ni laptop, solo mi cuaderno que, aunque vale oro pasa un poco desapercibido, a los ojos de los avaros que atacan a diario. Además, el tiempo realmente productivo para escribir en mi cuaderno son esos pequeños instantes entre el trajín del día a día frente a la computadora que paga las cuentas.

El papel se convierte en oro solo porque nuestro cerebro tiene un gran potencial, que más que coordinar nuestras funciones vitales, es capaz de generar ideas y transformarlas en realidad, y para ello solo requiere dejarlas salir, quizás a primera vista no parezca más que una roca, pero con algunas pulidas se convertirá en un diamante.

En estos momentos mi cuaderno está por acabarse, por eso, mi esposo dice debo dejarlo en casa y tener libretas u hojas menos importantes, ya lo he intentado, es que en lo que el cerebro descarga su potencial en papel y lápiz, esa simple nota vale oro y así vuelvo al problema inicial. Tengo miedo de volver a perder mi cuaderno en Caracas, de sufrir una nueva lobotomía. Porque he comprobado que es más fácil recuperar un celular que cada línea de un cuaderno que nos acompaña día a día.

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