Decidir es quizás la muestra más
representativa de que somos libres. Razón por la cual es, seguramente, una de
las cosas más fáciles y difíciles que hacemos. Es fácil porque hay decisiones
que tomamos todos los días y son operativas, de forma que no nos demandan gran
análisis. Como decidir tomar algo frío en lugar de algo caliente cuando tenemos
calor, parece una decisión sencilla y automática, tal vez si lo sea, pero fíjate
que, si en lugar de refrescarte eliges un chocolate caliente, porque hace días
que te provocaba uno es probable que el resto de la tarde estés acalorado y
termines de mal humor, lo cual en cierta forma demuestra que ninguna decisión
es simplemente ella, es todo lo que la acompaña y rodea.
Hay otras decisiones que por sí
solas pareces las grandes elecciones de la vida, porque pueden llegar a
cambiarla por completo y las que sabemos que no se pueden tomar a la ligera y
para las que siempre querrás exista una señal divina para no equivocarte o
buscaras pensar y volver a pensar sobre ellas, aunque no tengas tiempo y debas
decir Sí o No al instante. Es ahí cuando quizás vale más la sensación que
tienes de si puede ser un éxito o un fracaso y decir salga lo que salga me
arriesgué y lo viví.
Sólo decidimos porque tenemos
experiencia en algo y sólo podremos decidir certeramente si asociamos nuestras
decisiones a algo que conozcamos, dicen que nadie aprende por experiencia ajena
y eso es fácil de entender, porque cada decisión que tomamos tienen nuestros
propios matices de lo que ya hemos vivido. Pero a veces las decisiones que
tomamos sólo requieren un salto de fe esperando lograr volar y si hemos de
fracasar saber que estaremos listos para una decisión mayor.
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